Los Reyes Magos tras la Estrella

A mí siempre me ha intrigado pensar lo que le dirían sus paisanos a los Magos cuando dijeron que se iban a seguir una Estrella.

Reyes Magos tras la estrella«¿Pero a quién se le ocurre, estáis locos o qué?… Pero si ya tenéis la vida hecha, y tenéis una seguridad… Pero si no hace falta irse a ningún lado para buscar sueños, podéis buscarlos aquí… ¿Y si os equivocáis, y si todo es un engaño, y si esa Estrella no lleva a ninguna parte?… ¿No será mejor tener los pies en la tierra?… Aquí tenéis amigos, tenéis gente que os quiere y que queréis, tenéis una seguridad económica, ¿y vais a dejar todo eso por una aventura que no sabéis a dónde lleva?… ¿Y de qué vais a vivir, porque ya se sabe que «primum vivere, deinde filosofare«, useasé, primero vivir y luego filosofar…?».

Y ellos no sabían contestar a esa pregunta. Sólo sabían que la Estrella estaba ahí. Y que la locura de seguirla era lo que tenían que hacer si de verdad querían seguir mirándose al espejo (cobre bruñido) cada mañana y poder decirse: «Mereces la pena».

Martin, feliz primer cumpleaños

En el primer cumpleaños de Martín, el miembro más joven de nuestra pequeña iglesia doméstica.

365 días creciendo con cada asombro y asombrándonos para hacernos crecer con tu mirada de ojos muy abiertos.

365 días enlazando el corazón con los lazos de la sangre y de la Sangre, descubriendo palabras, atendiendo abrazos, regalando manos, recreando la familia de cuatro y la familia sin fin.

365 días esperados y queridos uno a uno, en las horas de desvelo y las horas de sonrisa, en las fuerzas que no llegan y en las que no se sabe de donde salen pero salen, en lo sueños de tu futuro y en los recuerdos de cada segundo que se va.

365 días que borraron las sombras de aquellos meses anteriores, renaciendo en cada primera vez del primer corte de pelo, el primer paso, la primera palabra tuya y la primera de todos, la primera papilla, el primer mar, el primer susto, la primera mirada a tus hermanos, el primer algo de cada primer día con el que aprendes que cada día es siempre el primero hasta que llegue ese Primero que será eterno.

365 días, en fin, que suman 1 año que de aquí nada será un año y un día, y otro, y otro, y todos los que sean y no acabarán porque nunca acabarán los juegos y las aventuras en Nunca Jamás mientras Peter se niegue a crecer, Wendi cuente los cuentos de las mamás, y todo niño perdido sea acogido en los brazos -y los Brazos- crucificados del amor que nada ni nadie puede matar.

365 días. Tus 365 días, Martín. Un año. Tu año. El año que nos has regalado para que sea nuestro. Feliz cumpleaños, Martín.

Año nuevo… ahora

Según atardece este 1 de enero de 2015,
y pasadas ya las campanadas,
las doce uvas,
el cambio de calendario,
y todo eso,
me sigo apuntando a un reloj que me diga
que el mejor tiempo es ahora, justo ahora.
Porque ahora es el tiempo de la solidaridad amasada,
de la justicia irrenunciable,
de la opción insobornable
de la misericordia entrañable.
Ahora es el tiempo de todo don.
Ahora es el tiempo de salvar.

@Mochilados

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Días de Reyes Magos

Llueve.
Y, además, no hay tiempo.
O al revés, no hay tiempo y además llueve.
Es igual, el caso es que llueve
y el caso es que no hay tiempo,
¿sabe usted?
Porque se echan encima los Reyes,
y hay que hacer de pajes
para las cartas de todos.
Pajes mientras llueve,
y no hay tiempo
Casi no hay tiempo.

Y por qué llueve no tiene misterio.
Llueve porque llueve. Punto.
Pero por qué no hay tiempo ya es otra cosa.
Porque el caso es que podía haberlo. Y de sobra.

Podía haber tiempo si pasamos de los niños,
si nos olvidamos del trabajo en uno u otro sitio,
si hacemos Continue reading

Gracias

Quería darte las gracias. A ti.
No por algo concreto, sino por ti. Gracias a ti.

Me hubiese gustado decírtelo escribiendo un cuento, una historia maravillosa que dijera con ensoñadoras imágenes lo que pretendo expresar.
Pero no va a ser así, por la muy cotidiana razón de que no he tenido tiempo de escribirlo.
A ti y a mí, y a otros, nos tocaba estaba estar en el día a día,
en las cien cosas que hacemos por lo que somos,
en el mirar a otros porque sabemos que nosotros ya nos miramos,
Gracias a tien el atareado quehacer de los niños que descubren todo como nuevo,
en lo que, en fin, es real e imparable porque nos rodea y nos sumerge
para seguir caminando en la búsqueda diaria de sentido
y de ese camino gozoso que brilla hacia la utopía que tú y yo llamamos con el mismo nombre.

Y todo esto para decirte gracias.

  • Gracias por los MOMENTOS. Momentos simiente de eternidad, aunque en el tiempo hayan sido fugaces como sonreír en un adiós o ponerme tu mano en el brazo.
    • Poesía necesaria como el pan de cada día.
  • Gracias por COMPLICARTE, por dejar hueco a lo que es tan fácil de guardar junto a lo que quién sabe qué habría pasado si hubiera pasado.
    • La vida es un microbús que sólo cruza una vez esta breve y absurda comedia.

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El Preguntas

El PreguntasEn el pueblo todos le llamaban “El Preguntas”. Y él se decía a sí mismo que, a fin de cuentas, era normal su ignorancia de tantas cosas. Aunque ya tenía 42 años (más o menos, tampoco estaba muy seguro), su pueblo era uno de los más pequeños (había quien decía que era «el más» pequeño) de Judá. Recordaba que, de crío, el rabino se ponía muy contento cuando había cinco niños en su escuela, ¡porque si había cinco es que habían ido a clase todos los niños del pueblo! De todos modos, no estuvo mucho tiempo en la escuela del rabino. Sacar la casa aelante requería muchas manos, y aun así eran pocas. Por eso, desde muy chico le toco pastorear.

Quizá fuera esa la razón de que tuviera tantas preguntas. Pero debía haber algo más. Continue reading

Esperar contra toda esperanza

Hay esperanzas muertas, inanes, pasivas… Que se limitan al ojalá.

Y hay una esperanza fuerte,
una esperenza alimentada con mimo en el día a día,
insobornable frente a todo canto de sirenas que aconseje no soñar,
segura de que tiene (Sabina dixit) los pies en el suelo y el grito en el cielo.

Una esperanza que moviliza cada mañana
frente a la increible inercia de la realidad,
y en la noche vuelve a la cama desnuda y con las manos vacias,
pero con el corazón lleno de nombres (Casaldáliga).

Una esperanza cuya piedra angular no es ser mi esperanza,
sino nuestra esperanza
y esperanza para ellos,
para los que son robados de su esperenza
mientras Momo, subversivamente, cuenta sus cuentos frente a todo Hombre Gris.

Esperar seguro de la fe en esperanza.
Esperar haciendo el amor entre sudor y carne con carne.
Esperar contra toda esperanza.

@Mochilados

Esperar contra toda esperanza

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Mi Miastenia Gravis, mi Poäng, y un yogur

Si alguien piensa que es imposible que se relacionen en cuestión de segundos la Miastenia Gravis, Ikea, un yogur líquido, y una película que echaban en la tele, que siga leyendo. Bienvenidos a… ¡cuando la miastenia gravis te ataca con un Poäng!

Sábado 6 de diciembre. 22.30. Madrid, mi casa, el salón, para ser exactos. Cené hace rato y mi miastenia y yo nos Poang roto y miastenia gravis y un yogur 1hemos sentado en un sillón Poäng de Ikea (véase la foto, más fácil que decir esos nombres impronunciables) para ver un poco la tele mientras nos tomamos una taza de yogur líquido antes de ir despacito a acostarnos si es que las piernas responden.

El apacible escenario no revela la batalla que está a punto de librarse.

Y es que, de pronto y sin previo aviso, el venerable Poäng –digamos en su favor que tiene (bueno, tenía, snif) 10 años de duro trabajo dado lo poco apolíneo de mi barriga- empieza a crujir y chascarse con un ruido que no presagia nada bueno. Suena madera que se astilla y se quiebra. Empieza a desequilibrarse hacia atrás (sí, hacia atrás, no quiere tirarme de culo, quiere tirarme de espaldas, efecto imprevisto de cómo se rompe este símil de mecedora).

Y en una fracción de segundo, todo mi ser se pone valientemente en estado de alerta (bueno, todo mi ser no, los músculos de las piernas siguen diciendo que pasan de todo). Y mi agudísima mente de héroe de cómic comprende tres cosas:

  1. ¡Jesús tenía razón!: «Velad y orad porque no sabéis ni el día ni la hora en que vendrá el Hijo del Hombre», digooooo, perdón, no sabéis ni el día ni la hora en que un mueble de madera, por muy ikeano que sea, va a decir que le ha llegado el momento de devolver su serrín a la Madre Tierra.
  2. Esto se está cayendo pa’trás. MI postura final, si no me incorporo en un santiamén va a ser la de un astronauta en el momento del despegue mirando al cielo. Con la diferencia de que yo no miraré al cielo, sino al techo de mi casa (y volveré a pensar que un día de estos habría que repintar). Y con la otra diferencia de que yo no llevo escafandra, sino un tazón de yogur, lo que le quita épica al asunto, maldita sea.
  3. Pero no todo está perdido. Aunque el casi imparable drama está ocurriendo a la velocidad con que desaparecen las galletas de chocolate de los surtidos Cuétara, el Poäng no se está rompiendo de golpe y porrazo. Tengo uno o dos segundos para levantarme. Llega el momento de convertir esta historia vergonzosa en un relato magnífico que pueda contar orgullosamente a la posteridad sin que se me cachondee el personal. Sólo tengo que hacer algo taaaaaan sencillo como que me incorpore y me levante antes de que esto se vaya del todo al carajo. Si fuera una historieta de Spiderman, serían cuatro viñetas: dejar taza de yogur en mesa, poner pies en suelo, piernas elevan el cuerpo, quedo de pie mientras el sillón se desploma estrepitosa y fracasadamente vencido en su vil intento de asesinar al prota (la onomatopeya de ese ruido que la decida cada quien a su gusto).

Dicho y hecho. Bueno, corrijo, porque cualquiera que sepa de la miastenia ya habrá pensado que lo de “dicho” vale, pero que lo de “hecho” seguro que no.

Evalúo rápidamente la posibilidad de salvar también la taza de yogur, pero con frialdad profesional de buen scout de toda la vida de dios decido que está perdida, que lo primero es lo primero (useasé, yo), y que momentos críticos requieren decisiones críticas. Abandono la taza a su suerte y me centro en mi propia subsistencia (aunque, para ser exactos, la taza logró sobrevivir después de rodar un buen rato por los suelos; bueno, y el yogur prácticamente también logró no derramarse del todo: me cayó casi todo encima, asi que se salvó gacias a mí, ¡a mi!, ¡chúpate ésa, miastenia!; no, de eso no hay foto, no se hacen selfies con el pijama chorreando de yogur).

Llega la escena central. Mi cerebro ordena a mis músculos que, como un rayo, pongan los pies en el suelo (o eso, o lo que terminara en el suelo es mi cogote), y me impulsen suave pero decididamente hasta ponerme de pie, y dejen atrás en su caída libre al cada vez más destrozado Poäng.

Y en ese instante, en ese crítico instante, cuando ya parece que el Anillo Único va a ser vencido y burlado el poder del Señor de Los Ikeas, descubro que el Lado Oscuro de la Fuerza se ha confabulado una vez más contra este valeroso hobbit jedi. ¡Hay una alianza secreta e inesperada! La obsolescencia programada (por Ikea, por la madre naturaleza, por mi orondo físico, o por una conjunción astral de todo) se ha confabulado con mi miastenia gravis.

El resultado es que mientras Gollum-Poäng me arrastra en su caída, mis músculos miastenicosos dicen que tururú, que si la acetilcolina tal, que si las sinapsis cual, que si los anticuerpos lo otro, y que, en resumen, muy bonita la orden de ponerme de pie, pero que no hay fuerzas, que ya les gustaría hacerlo, pero que aquí falla algo, que no es por ná y que si hay que ir se va, pero que no va a ser hoy el caso, porque por una parte ya ves y por otra qué quieres que te diga, y que vas a terminar en el suelo con la misma certeza con la que una amiga mía dice en el coche allá por Medinaceli que sólo va a cerrar los ojos cinco minutitos y no despierta hasta Carabanchel (sí, el Alto, el de Manolito Gafotas).

Os ahorro los tristes detalles finales de la historia de este bravo y ya cansado guerrero que os escribe. No pienso autoflagelarme explicando qué se hace tirado en el suelo espatarrado hacia arriba, enredado en los restos de un Poang roto y miastenia gravis y un yogur 2Poäng (véase la foto de su cadáver), esperando a que la miastenia dé permiso para salir de ahí, y pensando si el yogur será bueno para el cuidado de la piel (si lo es la baba de caracol, di por supuesto que sí, aunque para otra vez mejor me lo aplico sin pijama y, además,  templadito y no recién sacado de la nevera). Como no me corría nadie (no, no me refiero a eso, malpensados/as, véanse acepciones 20 y 25 en el diccionario de la RAE, que sois unos incultos/as), esperé lo justo para poder levantarme tras unas cuantas filigranas propias de quienes nos cuesta levantarnos del suelo porque, tras decir años y años que pesábamos ochenta y cuatro kilos y medio, un día decidimos que ya había pasado mucho tiempo desde la última báscula, y resulto que pesábamos cien.

Eso sí, en la tele había empezado hace poco Million Dollar Baby. Vamos, que si de verdad quieres, puedes. Y que si la miastenia te da un puñetazo en los músculos voluntarios, más voluntario es el “músculo” de ponerle una sonrisa al asunto.

Carta al asombrado primer año de Julia

S. Salvador de Cantamuda, 7 de febrero de 1993

Feliz cumpleaños, Julia.

Es la primera vez que has oído esas dos palabras. Es la primera vez que la luz de una vela iluminaba a la vez los mil colores de una tarta y la mirada grande de tus ojos. Es la primera vez que los tuyos te hemos felicitado por haber recorrido las sendas del tiempo.

Y esa primera vez, se ha sumado a tantas otras primeras veces que has vivido en este primer año, Julia. Los adultos nos creemos que un año son sólo doce meses, e incluso decimos que tienes «un añito», como si los primeros años fueran más cortos que los demás. Pero tú, Julia, al llegar a tu primer cumpleaños, has descubierto que 365 días son miles de momentos para asombrarse, para hacer de todas y cada una de las cosas un descubrimiento, una novedad, una mirada clara que aún no ha enturbiado el discurrir por los cauces largos de las tierras bajas.

Sé que todo esto son palabras manidas, y recursos literarios ya gastados, de tanto utilizarlos el ser humano al intentar escribir el por qué de sus amores y de sus preguntas.

Pero es que a mí, Julia, ya se me ha olvidado cómo era el mundo cuando todo era nuevo, cuando aún era primavera, cuando cada luz se veía por primera vez, cuando -como tú- se celebraba el primer cumpleaños.

Y por eso, porque se me han gastado las palabras, porque de tanto intentar describir las cosas las he reducido a frases hechas y viejas, hoy, en tu primer cumpleaños, te pido que me dejes escribirte con tu misma letra, y contarte lo que es el asombro con los mismos renglones que día a día has rellenado en tu primer año de vida.

Déjame, Julia, que a tu lado vuelva a asombrarme -casi sin llegar a la mesa- de que los papeles se puedan romper, y de que sea tan divertido oír su ruido y verles arrugarse en mil formas entre mis dedos.

Déjame que descubra por primera vez el asombro de volver una esquina y descubrir una nueva habitación en la casa de los abuelos, agarrada a unas manos seguras, asomada a la ventana que da a la sierra.

Llévame contigo, Julia. Y me enseñarás lo asombroso de tener pies, y de que la hierba sea blanda, y de que se puedan empujar las sillas, y de que al soplar el aire acaricie tus labios.

Yo no sé si cuando leas esto te acordarás de todo lo que estoy diciendo. Supongo que tendrás que buscar en lo más profundo, no de tu memoria, sino de tu corazón. Pero seguro que allí volverán a aparecer los primeros fuegos artificiales en la noche de San Juan, y los brillos de la lámpara del salón, y el abuelo que te hablaba tan seriamente mientras tú le escuchabas asombrada.

¿Te acuerdas de cómo jadeaste cuando tus manos golpearon la mesa e hicieron ruido? ¿Te acuerdas de cómo abriste los ojos al comprobar que podías abrazar fuerte, muy fuerte, a aquel sedoso dinosaurio?

Es la vida, Julia. La vida que te rodea, que te asalta, que se echa encima de ti como un alud de colores, de formas, de sensaciones, de amores. Es la vida que se te ofrece a cada paso, a cada gesto. Es la vida que está ahí, al alcance de tus manitas, de tu rostro, de tus suspiros.

Tú, Julia, has descubierto cada día un nuevo asombro. Para ti, vivir consiste no sólo en descubrir que no hay nada conocido y que todo es nuevo, sino en asombrarte de ello. No sólo descubres que las rodillas de papá pueden convertirse en un caballo mágico mientras te tararea una marcha militar, sino que te asombras de ello. Y es ese asombro el que te llena de gozo, el que hincha tu ser y lo llena de infinito, el que te empuja a seguir buscando con los ojos, con las manos, con la boca, con todos los poros de tu alma. Lo que descubres alimenta tu cabeza. Pero el asombro alimenta tu corazón. Y es ese asombro el que te enseña el amor.

Durante este año, Julia, has vivido en el regalo del mundo. El regalo de un universo que los adultos nos afanamos por conocer y ante el que tú has preferido asombrarte.

En el fondo, Julia, has vivido la experiencia de aquel Dios que se paseaba por un mundo recién estrenado y que, con una sonrisa de felicidad, se iba diciendo: «todo es bueno, todo es bueno».

Como ves, Julia, aún no soy capaz de escribirte un cuento. Te lo decía en la carta que te mandé nada más nacer, hace ahora un año. Y te lo vuelvo a repetir ahora: ningún cuento sería posible para ti, al menos todavía. Los cuentos son las horas de ese país al que los hombres viajamos de vez en cuando para descubrir la auténtica verdad, que dejamos perdida en algún recodo de aquella época en la que aún nos dejábamos empapar por el asombro de la vida. Pero tú, Julia, todavía te maravillas de lo grande de las puertas y del ruido del agua que se zambulle gorjeante en el sumidero. Cualquier cuento que te contara sería tu vivir de cada día. Y entonces no sería un cuento.

Por eso te escribo una carta, una carta de adulto. Una carta que para ti es lejana y desconocida. Y mientras yo intento, sin lograrlo, buscar imágenes poéticas, palabras que no se repitan aunque quieran decir lo mismo, y formas de construcción que concorden el contenido con la forma, tú Julia, te limitas a dejar que te golpeen con su asombro las imágenes cambiantes de las primeras olas, las palabras rítmicas del primer tren que pasó a tu lado, y las formas frescas del agua corriendo por tu cara en la primera piscina. Mientras yo te escribo una carta, tú, Julia, me cuentas el cuento único e imposible de escribir del asombro de la vida.

Es, pues, el momento de ir acabando esta carta. Cualquier editor me diría que es demasiado corta para publicarla en un libro que se precie de normal y de ser como dios (con minúscula) manda. Pero gracias a Dios (esta vez el de verdad, el bueno), tú no eres mi editor, y la longitud de esta carta no la determina ningún mercado, sino tus ojos que se van cerrando y que me indican que por hoy has tenido suficiente embriaguez de asombros, y que ya no te caben más en tu cuerpo de un año y en tu alma de eternidad.

Que sea así, Julia. Duerme. Apagada quedó la vela del primer cumpleaños, y doblado está el disfraz de limón del primer carnaval. Duerme en las alas de las primeras cosquillas, y de la primera vez que probaste el foie-gras. Duerme, y vuelve a asombrarte de la gente llenando la plaza al pie de tu balcón, y de los dibujos animados en la televisión, y de cómo se mueve la fregona, y de lo terrible que resulta ver a la aspiradora correr.

Duerme. Duerme para seguir velando asombrada hasta que vuelva a escribirte. Quizá para entonces tus asombros, los asombros de Julia, ya no sean tantos. Y, sobre todo, de aquí a un año habrás empezado a llamarlos por su nombre. Ahora, a todos les llamas con la misma palabra: «¡oh!»; ese «¡oh!» que todos vemos escrito igual pero que sólo sabemos cómo lo pronuncias aquellos que te queremos. Y aunque me parece que tú dices más con ese «¡oh!» que nosotros con todas las palabras que tú vas a aprender en el año que ahora empiezas, supongo que será necesario que recorras ese camino.

Llamar a las cosas por su nombre hará que sean tuyas, que puedas usarlas, que puedas cambiarlas, y -si así lo deseas- que puedas dejarlas. Eso no es ni malo ni bueno. Simplemente es vivir. Pero correrás el riesgo de dejar de asombrarte ante esa vida. Correrás el riesgo de que, al saber el nombre de cada cosa, pierdas el sutil hilo de luz que las une a todas. Ese hilo de luz que ve a cada paso tus ojos muy abiertos, tu boca redonda como tu «¡oh!», tus manos que se lanzan a tocar como una prolongación del alma, tu ser entero que vibra ante la vida que estalla de vida. Ese hilo de luz, en fin, que los mayores llamamos con esa palabra que te he repetido tantas veces en estos folios y a la que soy incapaz de encontrar otra que la sustituya: asombro.

Pero, mientras tanto, mientras tú vas caminando hacia tu segundo cumpleaños y yo voy dejando que en mi corazón germine -suave pero dolorosamente- una nueva carta, déjame que -aunque ya estés casi dormida- te coja en brazos y me cuentes otra vez aquél asombro del reloj de cuco.

¿Cómo era Julia? ¿Cómo era aquella casita de madera, con hojas de arce y piñas de cedro? ¿Cómo era aquél momento insospechado en que un pájaro blanco y con el pico rojo aparecía de la nada y lanzaba por todo el salón su saludo de cuco, corto, intenso, campanilleante, agudo, mágico? ¿Como era ese asombro repentino que te hacía volver la cabeza, que te obligaba a dejar cualquier cosa que estuvieras haciendo, que te dejaba sin respiración y te inmovilizaba, que te hacía abrir los ojos, la boca y el corazón más que nunca?

¿Cómo era, Julia, aquél instante que hizo -por primera vez en tu vida- que los asombros tuvieran nombre, y que lo que hasta entonces había sido «¡oh»!, empezara a ser «¡gugo!»?

No te duermas, Julia, sin contármelo. Mírame a los ojos, y mientras te rindes confiada en mis brazos, enséñame a asombrarme ante cada momento de esta vida llamándoles a todos por un sólo nombre. Enséñame, asombrada Julia ante el cuco de la casa de los abuelos, que en el fondo del asombro por todas las cosas, está el asombro primero de algo que nos sedujo, se nos metió dentro, y ya no podemos dejar.

Enséñame, Julia dormida tras tu primer cumpleaños, cómo se llama el Asombro que late en todos los asombros. Dímelo tú, que pusiste a cada asombro que descubrías, el nombre del único Asombro que te descubrió a ti. Dímelo, niña Julia. Para que yo, que he crecido, vuelva a asombrarme como tú, y tenga un sólo Nombre para todas las cosas, y una sola Palabra para todas las palabras, y un sólo Asombro que devuelva a cada cosa y a cada historia su asombro más profundo.

Feliz cumpleaños, Julia. Que el cuco vele tu sueño. Y que mañana su canto te vuelva a asombrar, para que en cada cosa lo veas, y en cada jirón de la vida vuelvas a ver su cuerpo blanco como la luz de un resucitado, su pico rojo como un costado abierto, su canto pleno como el de una Buena Noticia.

Feliz cumpleaños, asombrada Julia. Feliz cumpleaños a todas las asombradas Julias de cualquier lugar, de cualquier tiempo, de cualquier amor.

[autor: @Mochilados]

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Carta a Julia recién nacida

S. Salvador de Cantamuda, 7 de febrero de 1992

Querida Julia:

Si estás leyendo esto, si son tus ojos los que recorren estas líneas y son tus manos las que sostienen este viejo cuaderno[1], significa que habrá pasado mucho tiempo desde que esta carta se escribió.

Significará también que ya sabrás que yo, tu tío, me decido a escribir, además de a otras muchas cosas igual de raras y de poco frecuentes.

Significará, en fin, que habrás celebrado muchos sietes de febrero recordando aquél de 1992 en que tú naciste y en que yo te escribo esta carta.

Quizá de niña hayas leído ya alguno de mis cuentos. Pero esta carta tardarás en leerla. Porque para entenderla tendrás que haber recorrido ya muchos de los caminos de este planeta, y tendrás que haber conocido mucho de lo mejor y algo de lo peor que tenemos esos asombrosos personajes que somos los seres humanos.

Cuando me he enterado hoy de que has nacido, inmediatamente cerré los ojos y entré en ese lugar que tenemos todos en lo más profundo, y del que salen los mejores amores y también las más esquinadas amarguras. Entré ahí, en lo hondo, porque es ahí donde nacen también los cuentos. Y yo quería escribirte un cuento hoy, el día que has nacido, el día en que -por vez primera- tus padres han podido mirar, acariciar y besar un largo sueño de nueve meses.

Quería escribirte un cuento. Incluso pensaba escribirte uno en que tú fueras la protagonista. Tus padres, en forma de gatos, fueron los actores de una pequeña leyenda que les escribí. Un amigo mío es un lobo en una historia que me salió algo triste. Y mis padres, tus abuelos Enrique y Loreto, han adoptado las más diversas formas en la larga Poesía del Dar y el Recibir que ha sido y es nuestra vida.

Pero, cuando me he puesto a la tarea, me he dado cuenta de que no voy a ser capaz de escribirte un cuento. Más adelante quizá, pero hoy no. ¿Qué cuento te podría escribir hoy? Todos se quedarían demasiado cortos para decirte cómo es el lugar de mi corazón donde has entrado y te has quedado, como si fueras de ahí de toda la vida.

¿Qué cuento, Julia, te podría inventar hoy? ¿El de «La Estrella que tenía sueño»? ¿El de «El Delfín que montó un Tío-Vivo»? Quizá el de «La Puerta que sólo dejaba entrar», o aquél de «Los Ositos que buscaban el Mar», o aquél otro -un poco amargo- de «El Niño que descubrió la verdad». ¡Qué sé yo! Todos los cuentos que se me ocurren los estás tú contando ahora, y mucho mejor que yo, incluso mucho mejor de lo que volverás a contarlos en tu vida.

Hoy no puedo contarte un cuento. Del mismo modo que no se puede mirar directamente al sol, o intentar cantar en lo profundo del océano, o hacer un discurso cuando te miran los ojos del amado.

Es cierto que muchos escritores lo han hecho. Son muchos los que han puesto letra, verso o canción al nacimiento de un nuevo hombre o de una nueva mujer. Hasta es posible que tu madre te haya dicho, bajito y al oído, los versos que Juan Goytisolo compuso con tu nombre: «Palabras para Julia».

Pero yo no puedo hoy escribirte nada de eso. Y sólo puedo escribirte una carta. Es cierto que los cuentos son más bonitos que las cartas. Pero también es verdad que, cuando lees un cuento, siempre parece que se escribió hace mucho. Y una carta, en cambio, se lee una y otra vez como si se acabara de abrir.

Y además, Julia, quisiera que esta carta fuera algo especial. Algo especial porque, aunque tardarás en leerla, yo te la estoy escribiendo ahora, cuando ni siquiera te he visto todavía. Y cuando vaya a verte a Barcelona te la leeré. Porque sé que la escucharás. Porque sé que ahora, cuando aún no has empezado casi a crecer, es cuando puedes comprenderla, antes de que entres en ese largo sueño de la niñez en el que ya sólo te podrá leer cartas Peter Pan.

Por eso te escribo ahora esta carta, Julia. Cuando todavía estoy a tiempo de entrar en tu corazón, y dejar allí mi sueño para ti.

Mira, Julia: el cuadernillo que tienes entre tus manos está hecho con papel reciclado y ecológico. Y espero que, cuando leas esas dos palabrejas te preguntes por qué te digo esto. Porque eso será señal de que en tu presente, que es hoy mi futuro, el ser humano habremos aprendido a ser un latido más de la Vida que nos rodea en los árboles, los cielos, las montañas y las aguas. Será señal de que ya no estaremos empeñados en derrumbar la única Casa que tenemos desde el principio de los tiempos y que nos tiene que durar como Hogar hasta el final.

Por otra parte, esta carta está escrita en un ordenador oersonal, utilizando el procesador de textos más potente que tenemos hoy en día. Y si, cuando leas esto, ves normal la unión de Papel Ecológico y Alta Tecnología, significará que habremos aprendido a poner al servicio de las personas los conocimientos y las sabidurías, y no al revés.

Pero hay más cosas. Si esta carta llega hasta tus manos, significará que ha sido guardada por tus padres junto a tus primeras fotos, junto a aquél dibujo, y junto a la concha que cogiste en la playa. Y eso significará que de Juan, tu padre, y de Clara, tu madre, habrás aprendido qué es eso del Amor. En tus padres habrás visto el poder del Amor, y también su debilidad, su grandeza y su día a día, su seguridad y su temblor.

Esta carta, Julia, es también una herencia. Porque, mejor o peor escrita, esta carta te recuerda que en tus venas llevas sangre de escritores, de escultores, de músicos. Llevas la sangre que le hace a tu madre hacer esas fotos y a tu padre esos dibujos pequeñitos. Es verdad que también llevas sangre de nobles y de conquistadores. Pero espero que eso importe ya muy poco cuanto tú leas esto. Espero que, entonces, la Belleza valga más cara que las Armas, regalarse una flor sea lo normal cuando dos naciones se peleen, y -aunque no se sepan hacer ecuaciones de segundo grado- se puedan aprobar las Matemáticas recitando una poesía.

También te puedo decir hoy, cuando te escribo esta carta, que el periódico estaba lleno de noticias de gente muy importante y -poe lo que se ve- muy preocupada en cuarenta mil cosas. Pero que, entre todas las noticias de uno y otro lado, hay que reconocer que no salía tu nacimiento. Como dice Sabina (un cantante de mi época): «hoy amor, igual que ayer, como siempre, el diario no hablaba de ti ni de mí». Pero quizá también eso sea distinto en el futuro, en tu presente. Quizá para entonces la primera página de los diarios sea que ha nacido una niña llamada Julia, o que a un anciano se le llenaron los ojos de lágrimas al mirar su foto de bodas, o que se vio por el parque a un niño riendo no se sabe de qué, o que una golondrina se posó en mi ventana.

Y si no es así, Julia, si los periódicos siguen destacando en titulares el discurso de aquél político contra el gobierno o la enésima conferencia de paz del Oriente Medio, entonces escribe tú tus propias noticias. En la portada de este cuaderno te dejo lo suficiente para que lo hagas: unos lápices de colores, porque hay cosas que quedan mejor escritas en el arco iris; un bocadillo de queso, que no hace falta más para que el cuerpo responda al mandato del alma; y un cuaderno abierto, siempre abierto, para que quepa tanto gozo. También hay dos pequeños lápices juntando sus naricillas. Pero, por la edad que tendrás cuando leas esto, estarás muy cerca de comprender eso por ti misma.

Tampoco te quiero engañar, Julia. Si te fijas en la portada de esta carta, también verás algunas hojas rotas, que se han perdido de los cuadernos en que vivían. Lo único que te pido es que, aunque sean viejas y feas y parezca que ya no te sirven para nada, no las tires a la papelera. Todo ser humano tiene que, tarde o temprano, hacerse una pregunta que no tiene respuesta: la pregunta sobre el dolor. No sabemos por qué hay sufrimiento, por qué la mayoría de la humanidad muere injustamente, por qué hay tan pocos sentados a la mesa del bienestar, por qué ir por la vida con los brazos abiertos sirve para que te abracen pero también para que te abofeteen. No sabemos nada de todo eso. Y cuando yo te escribo esta carta, lo peor es que cada vez huimos más de esa pregunta. Y acallamos los gritos de los que sufren con mil ruidos, mil carreras, mil objetos, y -en el fondo- mil huidas.

Algunos, aunque tampoco tenemos la explicación última de las llagas del hombre, intuimos que la respuesta está en que esas llagas sean la herida siempre abierta de Jesús de Nazaret. Una herida que, algunos, creemos se ha convertido en el triunfo final de la Vida sobre todo llanto, sobre todo luto y sobre toda muerte. Yo estoy entre esos algunos. Y te lo tenía que decir porque no habría sido honrado callármelo. Pero también sé que, aun antes de que yo te lo haya dicho, ese Jesús habrá llegado ya a ti, te habrá llamado por tu nombre y se habrá sentado a tu vera. Que tú le veas o no es posible que, después de todo, no sea tan importante. A fin de cuentas, si es verdad lo que creo, todo lleva su nombre: unos le llaman Dios y a otros se le llenan los ojos de lágrimas.

En cualquier caso, Julia, la verdad es que ni siquiera puedo garantizarte que esta carta te llegue. Ninguno de los habitantes de este planeta, con todo nuestro poder y con toda nuestra ciencia, somos quienes para asegurar cómo es el camino ni siquiera unos pocos metros más allá de donde estamos. Yo no puedo saber si esta carta se la comerá un gato, o si se perderá en una mudanza, o si desaparecerá misteriosamente sin que nadie sepa dónde está (con los años que tienes, ya habrás descubierto que las casas son mágicas, y que hay cosas que se volatilizan del sitio donde se dejaron).

Tampoco puedo saber si, cuando tengas edad para leer estas líneas, lo harás; o si te dormirás en el primer renglón, o si te llamará el novio en ese momento, o si te habrás ido a vivir a la Polinesia, o si habrás llegado a la conclusión de que tu tío es un tanto estrafalario y esta carta es una tontería (lo primero es verdad, lo segundo no).

Porque no puedo saber hoy cuál va a ser tu camino; porque no hay poder humano o divino que pueda predestinar los senderos de tu corazón; porque se nos puede quitar la libertad de las manos pero no la del espíritu; porque como dice Serrat (otro cantante de mi época, pero de tu tierra) nada ni nadie puede impedir que sufras, que las agujas avancen en el reloj, que decidas por ti misma, que te equivoques, que cambies y que -un día- nos digas adiós… por todo eso, Julia, déjame confiarte un secreto: es igual que leas esta carta o que no la leas.

Es igual porque esta carta tampoco es mía. Esta carta es hija de las miles de cartas que yo he recibido en la vida. Las miles de cartas que he recibido yo, y tu padre, y tu madre, y todos los que -entre esperanzas y angustias- corremos la carrera que nos ha tocado en el estadio cósmico de la historia. Y no sé si leerás esta carta, pero sí sé que recibirás todas esas otras.

Tú también cruzarás el espejo con Alicia, y viajarás por los planetas con el Principito, y recibirás los tres regalos buenos y el regalo malo de la Bella Durmiente. Tú tendrás la suerte de ser de esos pocos elegidos que tuvimos por tío a Jacinto, por compañero a Akela, y por horizonte a Moby Dick. Tú, Julia, por la familia que tienes, por el lugar y el año en que has nacido, podrás volar en la bandada de Juan Salvador Gaviota, y podrás escoger entre el Poder y la Gloria, y viajarás -ojalá así lo quieras- hacia la segunda estrela a la derecha y, luego, todo recto hasta el amanecer.

Acuérdate siempre de esto, Julia: cuando la vida te sonría y el pecho se te llene de gozos, mira a tu alrededor y descubrirás a un pequeño Hobbit, o a un Niño que viaja de los Apeninos a los Andes, o la casa del Abuelo en la montaña; y en los momentos negros, por oscuro que sea el pozo, siempre podrás ver brillar la Estrella del Hada, la enseña de los Mosqueteros, o el monóculo de William Fogg.

Querida Julia: es ya muy tarde. La noche ha caído sobre estas montañas en que vivo. Desde mi ventana veo el robledal como una sombra que se mueve en muchas formas, al soplo de un suave viento. No hay luna. Has nacido en luna nueva, como queriendo que fuera tu carita lo más radiante en esta noche de febrero.

Ojalá muchas lunas distintas iluminen el cuento de tu vida. Ese cuento que tu tío no ha sabido escribirte. Ese cuento que irás entretejiendo con todos los cuentos de todas las épocas y de todos los niños.

Ese cuento que un día pondrá la palabra «fin». Pero que, como en todos los cuentos, seguro que será un final feliz.

Así te lo desea, y así lo pide al Dios de todos los hombres, tu tío

@Mochilados

[1] Este escrito se entregó encuadernado a los padres de Julia. Tenía, y tiene, una portada con algunos dibujos a los que se verá que va a hacer referencia el texto.

[autor: @Mochilados]

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